Un gorro puede indicar mucho. Tenerlo puesto o no, a eso me
refiero. Expondré algunas experiencias vividas sin estricto orden cronológico
de los sucesos.
Verano marplatense
Era yo un joven practicante de mi
formación docente y encontré trabajo temporal en la entonces Colonia de Vacaciones
“Alfonsina Storni”. Ese lugar contribuía a que muchos chicos del país -en
general de escasos recursos- pudieran pasar unas cortas vacaciones de verano en
la codiciada Mar del Plata de fines de los ochenta. Almorzábamos distendidos
con un grupo de pequeños turistas de unos 9 ó 10 años cuando de entre el olor
de la comida irrumpió una mujer a quien recuerdo oscura (nunca supe bien qué
cargo tenía, por sus movimientos parecía ser la encargada de la organización de
las mesas durante las comidas). Con una cruela cara de vil increpó a uno de los
chicos del grupo a mi cargo por tener puesta una gorrita playera. Le ladró para
que se la quitara. Me interpuse y le pregunté por qué debía hacerlo. Aludió a
que era una falta de respeto tenerla puesta cuando estaba sentado a la mesa. Le
pregunté a quién le faltaba el respeto. Se puso aún más nerviosa y no pudo
contestar. El niño -cuyo nombre hoy no recuerdo- me miró con sus ojos miedosos
y su mano en la visera de la gorra, como preguntándome qué hacía. Le dije que
si quería se la dejara puesta. La mujer se fue odiada.
Religiones
Andaba por Siena durante el invierno
europeo y al entrar a la Basílica de Santo Domingo un italiano me gritó que me
quitara el gorro pues ofendía a dios. Pocos días después entraba a una sinagoga
en la ciudad de Firenze y con amabilidad otro italiano me pedía que no me
quitara el gorro para no ofender a dios.
Director arroyante
Mi formación docente estaba orientada por
entonces a la educación artística y mi profesora de práctica me asignó la
observación de clases en un colegio secundario de la zona centro de la ciudad.
Al ingresar al edificio me detuvo un hombre a quien recuerdo tirano y con esa
necesidad que tienen los mandones de hacer notar rápidamente su puesto me
impuso que no entraría a su escuela si no me quitaba el gorro.
Nunca dio explicaciones. Juré que nunca más pisaría esa escuela y he
cumplido mi promesa. Después supe que se trataba del ahora postulado a
intendente de la ciudad de Mar del Plata.
Habemus Huber directora
Año 2000. Invierno de bajas temperaturas
en la ciudad al punto de ser noticia en los medios masivos de comunicación. Yo,
como siempre, pelado. Podría exponer la obvia relación entre “cabeza de hombre
pelado”, “bajas temperaturas” y “gorro de lana”, pero temo que ustedes,
queridos lectores, se sientan subestimados ante semejante imprudencia; aun así quiero
revelarles que en aquel momento lo tuve que hacer dado que esa efímera
directora de la escuela primaria donde trabajaba me acusaba de faltar el
respeto (¡y dale!) por tener un gorro de lana puesto mientras dialogaba con la
madre de un alumno a las puertas del colegio. Nuevamente interpuse la pregunta
sobre el destinatario de la falta de respeto y una vez más la respuesta
ausente.
Yo creo que a esta gente le falta un poco de cap. 1 de iconología de Panofsky.
Alejandro Zoratti Calvi
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